Selección de poemas

En cada partícula está el universo entero – poemas de Shinkichi Takahashi 高橋 新吉 (1901-1987)

Hace unos meses tuve la suerte de encontrar en La casa de kanú un libro de poesía zen*, traducido y editado por Lucien Stryk y Takashi Ikemoto. Me llamó la atención de inmediato por el nombre del primero, a quien conocía debido a un excelente artículo sobre poesía zen publicado en la revista Lienzo, en 1984, que espero poder traducir y compartir pronto.

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A pesar de que tengo ciertas discrepancias sobre una idea que ellos propulsan -que el haiku japonés es una forma de poesía zen- las traducciones que han logrado de estos y de los demás poemas son fluidas y efectivas, casi naturales en su propio idioma. Los haikus se encuentran en la tercera sección del libro, siendo la primera parte una selección de poemas chinos de iluminación y muerte, y la segunda, una breve antología de maestros japoneses, abarcando una gran cantidad de siglos de poesía.

En el prólogo del libro, Stryk señala que el Zen es una práctica espiritual que opta por una comprensión intuitiva de la verdad, antes que por un adoctrinamiento teórico. Es por ello que sus practicantes le otorgan una importancia central a la meditación y a la práctica artística, tanto como a la repetición de los llamados koan (expresiones paradójicas) y a los pequeños relatos alegóricos que muestran cómo alcanzar la iluminación siguiendo prácticas cotidianas y sencillas.

En la misma línea, es notable la dedicación de estos maestros Zen a la poesía, a tal punto que, según se cuenta, el nivel espiritual de los discípulos era medido según las obras y versos que producían. La expresión artística, finalmente, era una Vía más de la aprehensión y expresión de la verdad, siempre ligada a un «estar», más que a un «saber». En otras palabras, la verdad se comprendía como un estado en el cual se debía permanecer, para lo cual se requería el ejercicio de un Camino que debía tomarse diariamente:

«Para los artistas de estas épocas, numerosos y hábiles, tanto la poesía como la pintura eran Caminos hacia la aprehensión de la Verdad, cuyo desvelamiento hace posible no solo una vida plena sino una calma aceptación de sus límites. Ellos vieron en el mundo un proceso de realización, en el cual cada uno de los seres, en cada momento de su existencia, forma parte de un absoluto. Esto significa que no se hacían distinciones entre los detalles de un paisaje -cumbres, pendientes, estuarios, cascadas- tallados por la emoción del artista. Tanto el primer plano como el fondo son partes de un mismo proceso, en poesía y en pintura, del espíritu descubriéndose a sí mismo entre las cosas del mundo».

Me sorprendió en ese sentido que la cuarta parte del libro estuviese dedicada exclusivamente a un poeta japonés contemporáneo, Shinkichi Takahashi (1901-1987), como una isla de personalidad dentro de una corriente de maestros Zen de varios siglos. La poesía de Shinkichi va en esta misma búsqueda, pero con una versificación contemporánea, lo cual le permite una mayor libertad formal y de contenido, llegando a incluir referentes a la modernidad y a la vida urbana.

Esta libertad formal a la que él se enfrenta halla frutos similares a los de los antiguos maestros. Recordemos que en esta tradición los poemas se apreciaban bajo el criterio de cuán profundamente capturaban la verdad de nuestra existencia humana dentro del absoluto. Y este absoluto es el principio -o fundamento- de la realidad heredado del Taoísmo: la naturaleza misma, o la armonía que la mantiene y de la cual surge continuamente la existencia. Su poesía lo expresa al mostrar el escape de una conciencia de un espacio y tiempo definidos, llegando a ver en un simple suceso natural los movimientos del universo entero.

Se podría pensar que este procedimiento, hasta cierto punto, se basa en una técnica similar al Cubismo: Takahashi va mostrando imágenes desde diferentes perspectivas, va iluminando sucesivamente el mismo momento de conciencia, que no puede desligarse de los objetos reales que percibe. Su vuelo imaginativo, sin embargo, rompe las ataduras del momento concreto, amarrando su presente más inmediato a un orden inmenso. De tal modo, él ve en cada partícula del universo, el universo entero; en cada instante del tiempo, la eternidad del mundo. Como dice Stryk, «colisiona su idea de lo atemporal contra la temporalidad de todos los fenómenos para abrir una fisura, a través de la cual nos deja ver persuasivamente y con nuestros propios ojos la realidad del espacio ilimitado».

Son raros los poetas que no solo expresan una sensibilidad radical, sino un pensamiento profundo, emancipador. Y esta liberación no consiste en otra cosa para Shinkichi que el regreso al mundo natural, pero visto a través de la iluminación: un cuerpo entero y eterno compuesto por la singularidad de cada objeto y cada instante. La sabiduría que él busca expresar, sin embargo, no pasa por el filtro de una comprensión racional, sino por un cambio radical en la sensibilidad, de nuestra manera de observar, escuchar y tocar las cosas. Por ello, vale más su palabra poética, a la cual ahora le cedo el paso.

 

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Concha

Nada, nada en absoluto
nace
o muere, la concha repite
una y otra vez
desde el fondo de su oquedad.
Su cuerpo
es llevado por la marea – ¿y qué?
Duerme
sobre la arena, se quema bajo el sol,
Se baña
a la luz de la luna. Nada que hacer
con el mar
ni con cualquier otra cosa. Una
y otra vez
desaparece bajo las olas.

 

Gorrión en un campo marchito

Las patas recogidas, el gorrión muerto
bajo un alud de nieve.
‘El gorrión es una ave roja y negra,’
alguien dice, y luego-
‘el sol lleva alas blancas’.

Si el ave duerme, también el hombre:
todo se derrite bajo el aire, y respiramos.
Eres visible, de la nariz al pie,
mientras una hormiga resguarda los carneros,
y se pasean por el camino los genitales.

Empuja algo, se caerá-
viérteles petróleo, se prenderán en fuego.

Átomos de pensamientos, diez mil millones de años-
un solo aliento, pasado, presente y futuro.

Tan quieto está el bosque…cubro mis oídos-
con qué lentitud se derrumba el universo.

Mientras cae nieve en el campo marchito, ya no hay nada por tocar.
La cabeza del gorrión brilla tan limpia como el cielo.

 

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un gorrión en la nieve.

 

Ovejas

Despertando en los pastos, ovejas y cabras
se quedan quietas – tan cómodas sin hacer nada.
El cuervo llama desde la rama seca.

A las ovejas no podría importarle menos – vida, muerte,
todo es uno donde se tienden
con suave, cálida lana. La cabra llama,

Sus cuernos bañados al sol. ¿Qué es mejor
que la calidez del día? La oveja sueña, compartiendo
su maravilla con la cabra, con el cuervo.

 

Dioses

Los dioses están en todas partes:
entre Koshi y Izumo
las tribus aún batallan.

El todo del Todo, lo Uno,
elimina las distinciones.

Los tres mil mundos
están en esta flor de ciruelo.
El aroma es Dios.

 

Un pato

El pato vive eternamente,
todos los días. Despierto, encuentra
que ha dormido un billón de años.

El mismo centro del universo,
él sabe que no necesita
ojos, oídos, patas.

¿Qué uso tendrían para quien
ya conoce su mundo,
sus estaciones y satélites?

Liberado del tiempo,
sin cambios. El pato no
necesita ser enviado al espacio,

como el perro, en un cohete.
Además, él ya ha estado allí.

 

Cielo nevado

El pájaro negro desciende
sus ojos dan sombra a la tierra, hay hojas muertas
y plumas inclinadas por la nieve.

Uno encuentra playas en todas partes,
aeropuertos, cielos nevados.

Apostado en la casilla de ventas
el pájaro negro observa
el avión de cuatro turbinas
aterrizando, los propulsores quietos.

Las hojas muertas caen de los cielos.

 

Un muro de piedra

Las flores brotan de las piedras,
en lluvia y viento
el perro husmea y apunta su orina.
El trazo de una mariposa, a través de la niebla,
donde los niños chapotean.

Sobre la pantalla de papel,
una mujer y sus piernas, blancas, rápidas.
No más deseos, estoy contento.

Más tarde la vi, las manos
bajo su espalda-
sin que algo le repulse, en realidad,
aceptando el sol
entre sus muslos.

Cerca a la pared de piedra,
una rama dorada.

 

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Suave y fragante cabello

Enamorado de sus suaves orejas,
apilé las hojas para incendiarlas.

Su rostro inocente
ascendía en el humo – yo anhelaba

divagar en la espiral de esas orejas,
pero se aferraba, con fuerza,

a la correa del tranvía, suave
y fragante cabello, cubierto de humo de hojas.

 

Mar del olvido

Futuro, pasado, el mar
del olvido.
Naufraga el presente.

El sol parte en dos
el mar-
una mitad perdida.

Las piernas, descansando en la playa,
una mujer siente
el cangrejo de la memoria

subir por su muslo.
En alguna parte
su amante se ahoga.

Sucios de arena, nadando
en sueños,
los jóvenes se arrojan
uno hacia el otro.

 

Un poco de luz

Árboles sin vida en el bosque,
hojas que ensombrecen la tierra.
En un amplio claro, la mujer

de abrigo rojo espera. Solo hay
un pestañeo de luz, una hoja
que vuela contra su rostro. El hombre llega

silenciosamente, se acuesta a su lado.
Pronto ella se aleja a solas,
cargando su maleta. Él reza

(lo escucho ahora) que todo
vaya bien. Un avión suena en lo alto,
él fuma un cigarrillo.

Dos hojas muertas son separadas por el viento.

 

* The Penguin Book of Zen Poetry, Penguin Books, 1981.

 

 

 

 

 

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